Beatriz by Corín Tellado

Beatriz by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1960-01-01T05:00:00+00:00


VII

Don Felipe había pillado un resfriado de tomo y lomo y andaba por la casona resoplando y con un humor de todos los demonios. Su esposa, doña Marta, lo achacaba al mal cariz que tomaban los asuntos económicos, y el marqués sonreía burlonamente, y aprovechándose de la confusión se fumaba los purazos que le regaló don Paulino y se bebía el coñac que a escondidas le traía la linda doncellita, la cual, por una propina, bacía verdaderos milagros malabaristas para ocultar la botella delatora bajo su delantalito de encaje.

—No me explico —dijo doña Marta con asombro— qué han hecho las doncellas para mojarte el traje azul de esa manera, Felipe. ¿No te lo pusiste ayer?

—No sé —dijo el esposo con expresión santurrona.

—Las goteras —observó el marqués.

—¿Qué goteras, papá?

—Mujer, las que hay.

—Aquí no hay goteras.

—Que te lo explique la servidumbre, mamá —intervino Luis.

—Ya lo pregunté.

—¿Y qué te han dicho? —preguntó don Felipe con menos expresión santurrona.

—Han dicho que no sabían cómo ha sido.

—Pues hay que tener más cuidado —se encolerizó don Felipe—. Ese es mi mejor traje.

—Pues te advierto que no sirve para nada. Talmente parece que han fregado el patio con él.

—Ya se sabe, hay mucho lodo por esa parte.

—¿Qué dices, papá?

—¿Es a mí, hija?

—No sé que tenga más padre que tú.

—Es verdad.

—¿Decías algo?

—¿Yo? No sé.

—Algo de lodo.

—¡Ah, sí! Repetía un pasaje de la obra que estoy leyendo.

Don Felipe se levantó. Dijo que se iba un rato al club. En torno a la mesa quedaron Luis, su abuelo y su madre.

—¿Ya sabéis lo ocurrido? —preguntó el primero.

—Yo sí.

—¿Qué es ello, papá?

—¿Es a mí?

—¿No has dicho que lo sabías?

—Yo no, querida.

—Hoy todos parecen alelados en esta casa.

—Ocurre, mamá, que los estudiantes han hecho una de las suyas. Ese loco de Boreño, cuyos padres se sacrifican para darle una carrera, se toma la vida a broma y armaron un jaleo en la plaza de las Flores, hasta el punto de ir a parar todos presos.

—¿Qué dices?

—¡Ejem!

—¿Qué te pasa, papá?

—Este café es pésimo.

—No lo tomes. No te convienen los tóxicos. —Y volviéndose a su hijo—. ¿Qué hicieron, Luis?

—No lo sé en concreto, mamá. Lo estaban comentando en el club, y no presté mucha atención. Sé únicamente que bañaron a un transeúnte y se bañaron ellos.

—Hacía mucho calor —apuntó el marqués—. ¡Quién fuera joven!

—¡Papá!

—¿Qué pasa, hija?

—Eres demasiado indulgente con los estudiantes.

—Lo soy con todo el mundo —rio el anciano, pensando en todo lo que le había referido un piadoso amigo de tertulia—. ¡Pobre de mí, si no lo fuera!

—¿Y qué pasó después, hijo? —preguntó la dama volviéndose a Luis.

—Durmieron en la comisaría. Una escena de mal gusto.

—Ciertamente.

—Con vuestro permiso, me retiro —dijo el anciano—. Me apetece una siestecita.

—No fumes, papá.

—¿Yo? —se escandalizó, pensando en el purazo que le esperaba—. No fumo jamás, hija mía. Hasta luego, queridos.

Diez minutos después se le reunía Luis. Las ventanas de la alcoba estaban abiertas de par en par, pero Luis olfateó el humo del tabaco y arrugó la nariz.

—Abuelo, si aún fuese un cigarrillo corriente…

—¿Dices que hay mucha corriente? Tienes razón, hijo mío.



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